El debate entre partidarios de un sistema u otro es muy extenso pero no quita el hecho que ambos sean viables y democráticos. Sin embargo, una cuestión importante radica en los mecanismos establecidos de control al Gobierno, las opciones de elección del presidente junto con la justificación de sus poderes.
Es aquí cuando hemos de sacar la lupa y mirar concretamente en qué consiste la reforma de la constitución turca planteada por Erdogan:
La supresión del puesto de Primer Ministro e introducir la figura del Vicepresidente.
La posibilidad de llevar ante los tribunales al presidente con el voto de 2/3 del parlamento si comete un delito.
Que el presidente pueda convocar anticipadamente elecciones y nombrar más de una porción importante de miembros del Alto Consejo de Jueces y Fiscales así como a 14 de los 17 miembros de la Corte Constitucional.
Que el presidente encabece el Ejecutivo y pueda ser miembro de un partido político.
La potestad del Presidente tanto para declarar como para alargar el estado de emergencia y poder legislar mediante decretos aprobados por el Parlamento así como tener capacidad de veto sobre las leyes que apruebe el Parlamento -el veto podrá levantarse en el parlamento por mayoría simple-.
Límite de dos mandatos de cinco años para el presidente
Que el Parlamento esté constituido por 550 diputados a 600 y que baje la edad mínima de elección de diputados de 25 a 18 años, y otras medidas.
Algunos de estos puntos son razonables dentro de un sistema político de corte democrático pero otros son cuestionables. La Comisión de Venecia aseguró que no hay suficientes mecanismos de control y criticó que Erdogan pueda a partir de ahora nombrar jueces. Ciertamente esos mecanismos de control y la elección directa de jueces por un mandatario es algo inaceptable democráticamente.
La Constitución turca fue aprobada en 1982 bajo el mandato de una corte militar que ostentaba el poder. Actualmente, con el Ejército turco derrotado como poder fáctico por Erdogan, esta nueva reforma llega bajo un clima de tensión tras el fallido golpe militar del pasado 15 de julio y con el estado de emergencia instaurado.
Turquía nunca se ha caracterizado además por efectuar cambios en el juego político de forma sosegada, algo que supone un grave problema y que es la razón de la inestabilidad de fondo en el sistema político que ha llevado al país hasta la tesitura actual.
Otro factor que añadir es la división de la sociedad turca entre las zonas más cosmopolitas y las conservadoras.
Territorios de tradición más abierta (Asia Menor, el litoral turco abierto al Mar Mediterráneo y Estambul) manifiestan un gran contraste ideológico con el interior y la parte norte de la Península de Anatolia. Son precisamente las zonas menos cosmopolitas las que han mantenido en el poder al AKP y ahora le han permitido a Erdogan ganar el referéndum.
La diferencia política enorme entre las dos partes es considerable y puede afectar al futuro político del país. Esta separación radica en el conservadurismo y religiosidad del territorio menos cosmopolita, mientras que el territorio de carácter más abierto es laico tirando al progresismo.
En muchos países gran parte del campo, incluyendo incluso ciudades de interior, tiende a ser conservador pero no suele haber una división tan profunda hasta el punto de tener dos ideologías tan profundamente enfrentadas. Pues casi cien años después el territorio menos cosmopolita derrota al progresismo sostenido por los territorios más abiertos desde la revolución de Atatürk.
La división de la clase política turca afecta incluso internamente al AKP de Erdogan y al MHP nacionalista, el cual le ha venido apoyando desde las elecciones.
Davutoglu, que se oponía a la reforma constitucional, fue desplazado por Erdogan. También personalidades reseñables para el AKP como Abdula Gül y Bülent Arinç declinaron mostrar su apoyo públicamente a la reforma. Mientras que en las filas del MHP Meral Akneser, que disputó el liderazgo del partido a Bahçeli, hizo campaña por el no, contradiciendo por tanto a su propio partido.
La ligazón entre estas dos formas políticas que ha permitido realizar la reforma política se explica por el creciente nacionalismo turco esgrimido por Erdogan, no sólo aplicando mano dura en el Kurdistán sino también presentando fiereza en el exterior.
En el plano internacional Turquía está labrando su propio camino en el mundo.
La UE, que ya tiene tiranteces con Hungría por la falta de independencia judicial y el control a los medios por obra ambas del gobierno de Orban, ve muy difícil la adhesión de Turquía tras la aprobación de la reforma constitucional (por no hablar de los mensajes agresivos de Erdogan sobre los gobiernos de varios países comunitarios). Por ende se dificulta seriamente el camino de la nación turca hacia la UE.
En cambio está naciendo la amistad de Trump con Erdogan tras el reciente bombardeo estadounidense a una base aérea del régimen sirio, denostado por Ankara desde hace muchos años, y el aplauso del mandatario norteamericano a Erdogan tras la victoria en el referéndum. Enterrando así parcialmente la crisis con EEUU, construida artificialmente por Erdogan para ir preparando el terreno con tal de sacar al país de la OTAN por ser Occidente el modelo de las fuerzas militares turcas hasta ahora críticas con el AKP.
Parece que la Turquía de Erdogan emprenderá cada vez más un papel activo en Oriente Próximo pivotando entre Rusia y EEUU en función de sus intereses, dependiendo mucho de las relaciones de Erdogan con Trump y Putin quienes son proclives a entenderse con él, teniendo a su vez para ello la capacidad y la simpatía por su forma de hacer política.
Publicado en Baab al Shams y Mapeando
MIGUEL ÁNGEL